miércoles, 1 de julio de 2009

Zapatero se mete en un lío por complacer a Sonsoles y a las niñas


En contra de lo que algunos sostienen, el Poder no ha cambiado a José Luis Rodríguez Zapatero, todo cordialidad y sonrisas en las distancias cortas: Sencillamente lo ha desenmascarado, sacando a la luz el personaje arrogante y alejado de la realidad que siempre llevó dentro, versión reprimida en su fugaz paso por la oposición. El síndrome de La Moncloa, esa extraña enfermedad que transforma a todos los presidentes del Gobierno, ha hecho estragos hasta la náusea en Zapatero.

Por eso luego vienen los patinazos. Como el de volver a pasar sus vacaciones de agosto con la familia en un auténtico palacio real. Así, ni corto ni perezoso, Zapatero echará de nuevo mano de la posesión más preciada del Patrimonio Nacional en Lanzarote y regresará a la señorial finca a pie de playa llamada La Mareta, que tiene carácter real (fue un regalo del Rey Husein de Jordania a nuestro monarca). Consciente de que el que manda en España es él y la que manda en casa es su señora, Sonsoles ha recuperado el sitio más alejado de los estresantes ecos de la política: la isla de los volcanes.

Los magos de la imagen que abundan en el entorno de José Luis Rodríguez Zapatero ya se han echado las manos a la cabeza ya que deberán trabajar sin descanso para borrar el previsto veraneo de la familia presidencial de la memoria de unos españoles que ya no aguantan más. Con más de cuatro millones de parados y subiendo, con todas y cada una de las señales anunciando aún una inequívoca tendencia al empeoramiento, el jefe del Ejecutivo puede cometer un gravoso pecado de soberbia. ¿Acaso es aceptable que Zapatero y parentela hagan ostentación de palacete en esta coyuntura de vacas flacas?

Habrá un importante sector de la sociedad que reclame de su presidente del Gobierno cierta contención ante un horizonte tan cargado de nubarrones. Pero Zapatero se mueve en otros parámetros y ha rechazado tomar medidas para ofrecer una imagen más sobria en su veraneo. Hubiese bastado con que el matrimonio presidencial optara por algo con menos relumbre como Doñana. Claro que el Palacio de Las Marismillas, sito en esa reserva natural, fue un descubrimiento de Felipe González – lagarto, lagarto - después de que un verano en el Azor – el yate de Franco – le reportase toda clase de críticas.

Zapatero está especialmente necesitado de descanso y qué mejor manera de ejercer el esparcimiento que uno de los parajes más tranquilos de Canarias. El presidente del Gobierno es tan inmodesto en el uso del poder como cualquiera de sus predecesores. Y tan sensible a lo que dicen los medios de comunicación como el que más. Y tan propenso a querer controlarlos.... El argumento en la elección de La Mareta siempre será el de la seguridad, pues los expertos policiales consideran que las islas son el mejor enclave para crear un cinturón de protección de personalidades.

La finca real reúne además todas las condiciones para alojar al séquito presidencial, de decenas de personas, en un espacio privado de 15.500 metros cuadrados. Una joya al alcance de muy pocos mortales, a la medida del extraterrestre que nos gobierna, que posee todo lo necesario para pasar unas vacaciones - zona para invitados, helipuerto, piscina, acceso directo al mar y canchas deportivas -, y hasta un búnker blindado por si pasara algo totalmente indeseado.

Mucho ojo pues, que no se confunda nadie a la hora de juzgar al jefe del Ejecutivo y el capricho de su señora por practicar el submarinismo con las niñas bajo la única y exclusiva mirada de geos. Así de dura es la realidad de nuestra pobre democracia.

FUENTE: el semanal digital

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